miércoles, 17 de febrero de 2021

Lugar común

   Tengo tres karmas

   y temo mencionarlos.

   Deduzco un nombre

   y no puedo escribirlo.

   Encuentro lo inesperado

   y la solución está en otro sitio.

   Algunas páginas que leo,

   las leyó primero

   toda situación que me ocurre.

   Voy a mencionar este silencio

   en silencio

   junto al barro

   podrido de la boca.

   Un merecimiento

   y dos sentimientos.

   Es todo.


basado pintura Mattisse.


miércoles, 10 de febrero de 2021

Una rosa roja

   Sucedió en una mañana brillante, fresca y soleada. El niño se dirigió hasta el puesto de flores que quedaba en la esquina de su casa.  

    -Hola señor, cuánto vale esa flor roja? -

preguntó al llegar. 

   - Mil risas- contestó el florista, sonriendo con ganas.

   Se largó a reír, entre viendo las comisuras ahuecadas del hombre. Luego se quedó serio y al ver que el dueño de su objeto de deseo nada decía, volvió a preguntar.

   - Cuánto cuesta?

   - Cien pesos- respondió el comerciante, con seriedad ahora.

   El pequeño imaginaba la alegría que iba a darle a su mamá, cuando le entregara la flor. Sacó el dinero de uno de sus bolsillos y casi sin mirarlo, lo extendió hasta el hombre.

   - Te faltan nueve como estos o tres con dos caras distintas a este...- dijo, sin reírse.

   Ahora  emitió un fruncir de cejas. Estaba preocupado y examinó el papel rectangular que el florista le tendía. Después se quedó pensativo y al cabo de un rato, soltó el aire de su respiración.

   - Ah jajaja, claro. A ver, espere - buscó en su otro bolsillo y encontró un billete de cien pesos. Lo miró despreocupado y preguntó: - Y este sirve?

   - A ver. Sí, este sí - dijo el señor con amabilidad y una expresión de cansancio en la cara. Entregó la flor ya envuelta en papel transparente al chico que la recibió con ansias. Tomó el dinero y lo depositó en una cajita de cartón que tenía en un estante debajo de la mesa. El billete quedó sobre una pila de otros billetes. El comerciante se llevó las palmas de las manos abiertas a la cara, y desganadamente se echó a reír. Cuando el niño llegó a la esquina de su casa, la caja de cartón estaba vacía.




martes, 9 de febrero de 2021

Marcos el advenedizo

    Fue camino del trabajo que entendió su condición de extraterrestre. Muchas veces se había mirado al espejo sin discernirlo. Tenía manos en forma de espátula y los pies como rastrillos. Más pensaba que esto era común a todos. En el fondo de la noche, no hay maldad. Ya no tenía tiempo para pensar en el corazón, ese cráneo unido. Cuando volvió de esa oscuridad, vio que  el exterior de la mente, es como una mariposa recostada, sin pies ni cabeza. Si vos te relajás, todo alrededor se relaja. Así dice la naturaleza, mientras me baño y mea la Juanita. A menudo, la amabilidad y la cortesía, son formas del rechazo. En el sentirse solo, es que surge la somnolencia y la monotonía, como dice Huck Finn. Paliativos hacia el despertar. Los privilegios ocasionan masacres.


   Pienso en Odradek. De vez en cuando, regresa de sus derivas y me hace creer que la tristeza es algo estúpido. Yo quiero protegerlo de la crueldad del mundo y él se sonríe de una manera casi sobrenatural. Es tan silencioso y movedizo que me da la sensación de conocer todo lo que me pasa. Asegún y conforme, me dijo el otro día y se volvió a ir, quién sabe adonde. Se preguntó por qué se aferraba a la soledad y al dolor una y otra vez. Pulió durante años muchas superficies, más no había nadie que comprendiera su risa. Cuando empezó a recordar su origen, menos ganas de permanecer en la tierra le daban. Sin embargo, ahora sí descubrió la empatía. Por eso deambuló de oficio en oficio y aunque rédito económico no había ninguno, fue feliz hasta el delirio. Una mañana, cierta tenebrosa risotada, lo hizo temblar. La autocompasión lo dejó exhausto y las quejas y los lamentos, lo hicieron repentinamente sordo. Se acallaron todos los ruidos. A quién explicarle ahora su procedencia? Completamente abatido, no se dió por enterado que en lugar de orejas, tenía dos antenas en forma de estrellas precarias. Acaso este rudimento, hacía que los huesos le dolieran. Buscaba generalidades y abstracciones, porque temía hurgar en el inmenso vacío que sentía. Ese otro planeta que intuía, no lo salvaba por cierto pero al menos lo mantenía con vida.


   Cuando lo arroyó el tren, no dejó de respirar. Es que nuestro oxígeno nunca había sido el suyo. No vamos a entender jamás como sobrevivía. Se ganaba la vida igual a cualquiera de nosotros y fuimos tolerantes porque nos divertía su aspecto. El sufrimiento que pudo transitar, no lo compartió con ser humano alguno. Todo el tiempo estuvo aquí, presente, tangible y participativo. Recién ahora, podemos apenas vislumbrar, la escasa atención y la nula seriedad que le dimos. Asombrados por sus magulladuras palpitantes, nos debatimos entre la adoración y la indiferencia. No sabemos muy bien que hacer con él y dejamos que el paso de los años decida por nosotros. Yo soy sólo una chinche verde y no poseo demasiadas cosas al alcance de las manos como para redimirlo o tan siquiera, otorgarle una sana existencia. Estoy varado en una cama de hospital, enyesado desde los pies hasta el cuello. Sé que me llamo Marcos o que por lo menos, así me dicen los pocos terrícolas que me nombran. Tengo una amiga de color verde y el sistema solar, me parece un sitio donde quedarse duro. Me alimentan con gelatina y jugo de naranjas exprimido. De a ratos, es incluso mejor que mí cotidianeidad anterior. Quisiera volver al mundo donde pertenezco. No sé cómo llegar ni donde está ubicado. Hay gente extraña aquí. Me piden que haga milagros, me dejan ofrendas y cantan y se arrodillan y cierran los ojos frente a mí. Después se cansan de esperar y se retiran. Los hay más tercos, tienen que ser expulsados y cuando esto ocurre, vociferan, escupen y me insultan. Duermo tanto que ya no tengo noción del tiempo. Ni Juanita sabe hasta cuándo me puedo quedar en este sopor, donde al menos nadie vino todavía  a exigirme cuentas en metálico. Quizás esto no tarde en suceder y francamente, no quiero ni pensarlo. Nada me duele porque estoy anestesiado y la sonrisa de la enfermera tiene algo de paraíso. Mucho no la usa, porque más bien suele gruñir. Quizás tiene razón pero a mí me gusta imaginar que me sonríe.