lunes, 5 de abril de 2021

La batalla cultural


   El día que Personaje encontró un incunable entre la basura, se dijo que por fin podía ser libre. Supo que se equivocaba cuando descubrió que el libro lloraba casi toda la noche. Le hizo un lugar especial y aún así porfió con su condición callejera. Se le volvió indispensable y obligatorio, llevarlo bajo el brazo, prácticamente a toda hora. No le resulta fácil cuidarlo, porque es muy sensible y delicado. No sabe bien si alardea de salvaje o si, sencillamente, una arraigada idiosincrasia lo conduce a añorar los bordes. Quizás ni se da cuenta y de alguna oscura forma, convivir con los desperdicios, lo hace sentir superior.


   Este usurero se cree muy fino y quiere que me sienta cómodo entre toda su seda y su terciopelo de mal gusto. Yo quiero el arrabal, el barro, la roña, las risas fuertes y los tragos largos. Acá me la paso llorando y este piensa que tanto lujo debería calmarme. Me quiere vender y forrarse el muy cretino. Me manosean y me ponen precio. Allá en la mugre somos distintos. Nos maltratamos pero no nos mentimos ni nos damos tanta importancia.


   El primer interesado lo valuó en algunos millones. Personaje disimuló como pudo, los pataleos y las patadas de este incivilizado. Según el comprador es más impresentable que incunable.

   - Usted tiene que apreciar la belleza natural de esta criatura- le dijo Personaje, dándose aires. No lo miró como a un estafador. Entre bueyes no hay cornadas y aunque Personaje recibió un puñetazo del indomable libro, el cliente prometió pensarlo y ofreció un monto menor al del principio. Quedaron en encontrarse en una semana y como despedida, el caballero sugirió que pusiera mucho esmero en la educación de este inadaptado social.

   Volvió a su casa con la mandíbula dolorida y con la esperanza renovada, empezó a pensar posibles maneras de aggiornar al bárbaro.



   Y de los millones no voy a ver un sope. Se piensa que soy estúpido este finoli de cuarta. Tengo náuseas y encima me viste como a un figurón. Por más piñas que le encaje, va a seguir insistiendo con su aristocracia bananera. Lo peor es que no puedo escaparme, porque me encierra el muy sorete. No sé si alguien me va a venir a rescatar. Capaz que si le sigo el juego, en algún momento lo garco y zafo de toda esta etiqueta del orto. Estoy durazno de tanto jetra y corbata ridícula. Me quiero ir. Extraño los revolcones y el olor a nafta.


   El encuentro con el primer comprador, resultó un fracaso. Era previsible, se dice ahora Personaje, resignado y abrumado de incertidumbre. Cómo conformar el gusto y las exigencias de un coleccionista tan avezado?

   Del comportamiento del libro no quiere ni hablar. De entrada nomás lo escupió en la cara y no hizo más que hacer berrinches y ponerse a insultar, mientras Personaje no sabía ya como disculparlo. Le fue imposible remediar tanta incivilidad. El caballero le dijo que era una pena. También él lo considera así. Tanta erudición y tanto saber, derrochados en la actitud tan vulgar de este ejemplar maravilloso. Personaje cree que nunca va a entender su valía. Busca sacar fuerzas de algún sitio para no cejar en su noble empeño. Se pregunta si acaso tiene el coraje y el talento necesarios para llevar a buen puerto, sus elevadas ilusiones.


   Se cree el adalid de la cultura este nabo. Me violenta porque es un pacato. Piensa que el dinero resuelve su frivolidad. Yo soy más imprescindible que él. Con toda mi furia y todo mi resentimiento. Porque les doy lo mejor a los peores. Los mantengo con vida a través de la bronca, el odio y el dolor. Nunca van a darse cuenta de mi condición de incunable, de pieza de museo y trofeo de pedantes. Algo perciben supongo y de ahí, en parte, me respetan. Me gusta cuando también me insultan y me ponen a la altura que elijo estar. Estos chetos sin barro en las suelas, en cambio, me veneran como si fuera un dios o qué se yo qué. Ni se percatan del frío que siento en sus vidrieras. Es por eso que los maltrato pero es al pedo, no tienen sangre en las venas y jamás van a entender que no son muy diferentes al tipo que se gana la quiniela y recién entonces se da cuenta que no se la ganó, sino que la pagó durante toda su estúpida vida.


   El segundo coleccionista supo devolverle los golpes. Lo hizo con altura, cacheteándolo con su inmaculado guante blanco.

   Otro fifí que viene con ínfulas de emperador. Ya ni ganas de cagarlo a trompadas tengo. Siempre lo mismo y ésta jaula de oro, donde me consumo y se me escapa la vitalidad. 

   Personaje a veces piensa en devolverlo a la basura. Es ahí adónde pertenece, se dice con tristeza, y hasta que no elija emerger por sí mismo, nada ni nadie va a poder rescatarlo y darle brillo.

   Este fariseo es un soberbio. Me mira desde arriba y cree que soy una mera cosa, un pedazo de páginas que no entienden que todo en la vida tiene un precio. No va a cambiar ni aunque le arranque las muelas de oro sin anestesia.

   Finalmente cerraron trato. El coleccionista convenció a Personaje con su oferta inesperada. Ofreció comprarlo por pocos dólares y arrojar el libro por la ventana. Pues sí, a las palabras se las lleva el viento. Ahora Personaje trabaja como secretario y el dinero lo obsesiona un poco menos. Conociéndose, sabe muy bien que ésta situación va a durar poco. El incunable lo venció y su destino quedó sellado en el inmenso tacho de basura de la vereda. Hubo una época en que los incendiaban. Cosas del frío ciudadano, piensa desentendidamente Personaje. Fascismos aparte, por ahora, apenas va restableciéndose de otra derrota. A buen entendedor, literal liquidez financiera, remata acaso sin sentido.

   Me gustó volar. Yo me lo busqué y asumo las consecuencias. Duró poco, naturalmente. Aprendí que en el aire se conoce la inútil materialidad de la violencia. Todo está dentro mío, incluso el mundo ideal que me rodea. Parece un escapismo pero no lo es. Tanto despotriquè contra el lujo que me dominó por completo. Supo arrojarme y hacerme caer en el exacto lugar donde me encuentro. No quiero ser uno más. Ahí en la fila, bien ordenadito y en la eterna espera o bien en la vitrina más chillona, ineficaz y vulgar. Soy un incunable por si no lo recuerdan. Mi destino es sucumbir a las llamas. Aquí las aguardo. Vendrán en breve y sabré estar a la altura de las circunstancias.

   El coleccionista nunca se había propuesto tener un secretario. Se le ocurrió de casualidad y todo sea en bien de los libros, pensó. Los que son cultura de verdad. La basura abunda y la mediocridad nunca fue mi estilo, se dijo. Era un hombre ciego, que creía tener un tacto divino y percibir fácilmente que literatura es digna de la posteridad y cuál pertenece a la perogrullada de lo actual. Se creía alguien sensato y repetía con frecuencia que las personas eran más importantes que los libros. Juzgó a Personaje como un pobre desequilibrado que imaginaba poseer un incunable. Decidió darle algunos "espejitos de colores" para que se creyera rico y burgués. Luego lo "arrojaría a la calle", así como había tirado el libro por la ventana.

   Preservar la cultura, el saber, la nobleza más digna. Así dicen y así hacen. Huevadas de gente que no la suda, que no siente, que especula demasiado. Yo me regodeo en la abyección, en el desperdicio y en el mal olor del mundo que apesta. Ni alpargatas ni libros, inmundicias. Ese es mi lema. Esa es mi bandera completamente agujereada. Para que vean, qué joder. Erdosain, Raskolnikov, Silvio Aster, Judas y todos los jorobados de todos los tiempos. Por lo demás, ya sólo me va quedando un hediondo suspiro. Hasta la asquerosidad siempre. 

   Te falta Bukowski, dice Personaje y sonríe. Está otra vez parado junto al container de la basura. Sujetalo bien, ordena el coleccionista. Se convencieron que era inmortal nomás. Y ahí van los tres, a la carga de nuevo, bajo la cansada mirada de un mendigo que de tanto leer el incunable, se adueñó de una infinita y maloliente paz. El sol del mediodía, mientras tanto, cuece las esperanzas de toda la gente. La ciudad se va alejando cada vez más hacia un cielo plomizo y algunos pájaros, todavía, tosen la última madrugada.