martes, 4 de marzo de 2014

Servilleta de papel

Con el primer resbalón, se cayó hasta la orilla derecha. En la delgada superficie de blandas ondulaciones, aferróse  a la leve sinuosidad de un material concreto. Boca arriba fue dejando que el impacto del golpe, emitiera las últimas vibraciones. Después se incorporó y avanzó a oscuras por una especie de cornisa sostenida. Atrás y por debajo, quedó una ventana sin rejas que despedía una profundidad de caverna. Cuando llegó a la curva del camino, ya había divisado una hechura sin espesor. En este ensanchamiento, descansó un rato del frágil equilibrio de sus pasos. Doblando con fuerzas renovadas, escaló la pendiente de esta calle gris con reflejos celestes. En la cima se detuvo para contemplar la sobriedad de un puente en la distancia. Ahora, a los pies, tenía otra ventana. La transparencia sin chatura, protegía un brillo sutil y delicado. Descendió, controlando la velocidad con el peso del cuerpo. Sobre la recta construcción de ovoides terminaciones, caminó en forma lenta y prudente. El esfuerzo que lo impulsó a subir otra elevación sólida pero sinuosa acaso se lo indicara un viento poco más que monocorde. No pudo, no supo o no quiso mirar, el preciso cristal que cubría algo quizás más profundo y esencial, situado en las plantas de los pies exhaustos y sin embargo, agitados.
Respiró hondo y tomó aire para dar el salto. Arribó contento a la mullida espesura y durmió con un sueño neto, casi letárgico y definitivo. Ni sombras ni luces fueron distinguibles ya. Dijérase que el tiempo adquirió una forma blanda, líquida, innecesariamente acuosa. En esta indefensión, un sonido inaprensible lo vapuleó y lo sostuvo, como una hoja huérfana de árbol entre la brisa y la tempestad. Igual que una ilusión terca, no consiguió quedar amarrado a esa terrible felicidad. Inconsistente y abrupto fue el descenso, el deslizarse sin sentido, el agudo dolor en la espalda. Todavía sintiéndose desnudo y pleno, abrió los ojos como un relámpago. Las extremidades del cuerpo, crujieron no sin cierto sopor, depositándolo en algo así como otro comienzo de la vida. Cargado de años y achaques se puso de pie, y aunque el primer movimiento conciente de su andar, le repercutió en las heridas, adivinóse revitalizado y alerta. Quizás el duro y fino caminito influyó en su espíritu andariego. Quizás el novedoso desamparo le dijera que valía la pena llegar hasta el final. Demacrado en su flacura, contempló el vacío como una tentación. Entonces se arrojó y una fuerza extraña pudo propulsarlo, dotándolo con alas misteriosas.Algunos opinan que la energía del espacio le dio expansión y crecimiento. Otros demuestran la imperfecta universalidad que gana altura desde una asombrada tolerancia.