domingo, 27 de abril de 2014

Felicidad

Los cuervos de la lluvia provienen del insomnio. La tarde es cruda como un elemento disociado. Desde el alba ellos quisieron el retorno que resurge como un simple animalito entre las manos. El hambre suma un acorde áspero en las pupilas. Entonces ve los ojos del espectro que brilla, agazapado, como un entramado luminoso en medio de la tarde rutinaria de los siglos.
Respira ella con profunda convicción. Detrás está el futuro asediado como el mar desde el espacio. Bajan las palpitaciones desnudas siempre construyendo la imagen así, simple, franca, plena, insólita, incierta, fugaz.
La vida toma un derrotero en la permanencia del después. Los sueños se acumulan hasta la vibración quebrada de los sueños. Justo es cuando, ni más ni menos, se toman de las manos y el tiempo es otra vez el mundo por las vueltas. Más tarde, es decir, con el tiempo, allá en el tiempo, toserán los residuos de lo conformado y conformarse.
Un vestido de novia se desgarra en la abrupta caricia de las sombras. Una pipa casi de madera vuelve hasta los bordes derramados de algunos, que se amontonan, silogismos. Y así la madreselva perdura en las paredes de la sonriente esperanza. Ahora ella estalla con un beso que aminora todo lo que vendrá. En los fantasmas de él (¿pero es ahora?), el tiempo es verdadero cuando un planeta se gesta para siempre jamás allá, en el confín de lo no visto, no tocado, no vivido y ni siquiera la nada.
La lluvia se cae de tormentas en el vuelo parásito de un cuervo. Un elemento, ese, exactamente ese, vuelve despejado como una alucinación que extenúa los acordes de todos los intentos. Los dos caminan mucho antes, digamos claro, por supuesto, ayer antes de ayer ahora en la premura que se aquieta y baja derrumbada en las pupilas masticadas de lo que acaso y en verdad no es ni significa ni por asomo ni en atisbo, el clamor permanente del insomnio.
Separados y juntos cada cual por su lado van siendo llevados y llevándose. En el paroxismo vertebrado del aire, otra la otra vez, hay una deslumbradora normalidad de un par de zapatos tranquilos yendo, así escandalosamente, hasta la cercana panadería donde sí, es natutal, compran primero un reloj y después las ruinas de una catedral.
basado en "Angustia de la partida", DeChirico.