martes, 7 de junio de 2011

Esteros

En el más oscuro de los valles, hay una solemne cucaracha de levita y sombrero de copa. En la lúgubre expresión de un semblante ya sin gestos risueños ni mínimas explosiones de cólera, alcanza a balbucir acaso de rodillas:
-Muero porque no muero.
Lejano y por debajo, está el sol, radiante como un desquite, seguramente ahuyentado hacia la ausencia. Y es entonces que desde la más frondosa negrura, surge ese terrible y descomunal pisotón en la cocina.
La niña verterá la inconsolable lástima y será todo asombro ante la vertiginosa furia de la madre.
-Son sucias- dirá después como epitafio general y queriendo contener un principio de puchero pueril.
Una vez pasada la conmoción, la niña deduce que un pisotón es más poderoso que la bomba atómica.
Leve es ahora la inquietud de la frágil agonía. Inherente a la oscuridad es todo lo solemne, por eso el sol sabe alejarse. Brilla por su ausencia la luna en todo valle que ya es páramo. Ayer supo la cucaracha las vibraciones del suelo y todo lo que cruje en las alas transparentes de otros vuelos. Sin embargo hay una idéntica y misma desesperación en sus últimas palabras y en el vertiginoso movimiento de las patas, que precede al abrupto colapso del aplastamiento. Una pequeña y viscosa mancha blanca va buscando la expansión y los intersticios acaso más recónditos del suelo en la cocina.



Turbulencias

La cosa es fácil. Buscar en determinada pantalla cierto número.Tomar nota. Salir con paso resuelto hasta la calle que seguramente conducirá hasta la búsqueda y corroboración de otra cuenta y otro impulso.
Todos los días contienen un vago encanto. Las mañanas pueden pasar como aviones perdidos en la bruma de cielos opacos o bien ser raudas como flores ingenuas que se abren irremisiblemente al mundo. Y es que hay tardes en que hasta los relojes pierden la monotonía, porque la hermosura juega osada por la vida. Sin embargo es sigilosa, así repleta de contornos, acaso sabedora de la sutileza penetrante en el agudo perfil de los espejos. Si la noche llega y parece que decaen todas las puertas por las maravillosas pupilas de las estrellas. No hay en la ciudad ni cansancio ni lágrimas y en todas las ventanas brillan luces que sonríen con holgura a este frágil misterio de estar vivos y radiantes.

El hombre se levanta entusiasmado y va hasta el subte sintiéndose contento y liviano. Tanto como si la oficina no fuera un lugar con mesas cuadradas y sillas rectangulares. Ella está ahí con toda la humanidad de la hermosura que la describe y la define. Podría ser una playa brillando en el confín de un mar calmo y sereno.
Extrañamente así, como de vacaciones con fuegos y guitarras y noches inmensas que absorben como pájaros beatos todo el rutinario mal de esa forma de tristeza que desgrana los sueños hasta vencerlos.
La mujer habla poco pero para el hombre cada palabra que le dirige, no es un gesto nimio sino todo lo contrario; es un mundo de proyectos felices y deslumbrantes construcciones. El oye los labios más que los sonidos y mirarla le resulta una odisea porque todo lo que ve en ese cuerpo, desmorona en un instante la desdicha de los días. Ella le dice enormes monosílabos y es la viva imagen de la sensualidad moviéndose por ese reducido espacio. Son escasos los minutos que pasan juntos y él supone que detrás de tantas puertas formales, está el ancho, largo y venturoso futuro.
Llega la noche y el llamado se vuelve inevitable. El está ansioso y el poco tiempo que media entre los números que va oprimiendo y el regular sonido, le resulta excesivo y palpitante. Sabe, espera y quiere que también la voz de la mujer forme parte de tanta belleza.

El duda un poco antes de llamarla pero el impulso es irresistible. Siente que el sueño es el sueño y que nada está fuera de lugar ni dislocado y que no hay exageración alguna ni mucho menos motivos para arrepentirse. Por eso se decide y marca el anhelado número que tanto buscó. Si la entonación de la hermosa mujer fuera artificial, el corazón de él no estaría latiendo con tanta velocidad. Y escucha por fin, con embeleso, porque la cosa es fácil, cuando ella descuelga y acariciadoramente le dice:
- Cien la media hora, mi vida. Te espero.
Basado pintura Egon Schiele.