sábado, 23 de febrero de 2019

Dicotomìa

   Cuando las huellas de la lagartija reflejaron la blancura de los pájaros, la siesta del dromedario estremeció a todo el desierto.
basado en "Las aventuras de Tom Sawyer", Mark Twain.

martes, 5 de febrero de 2019

Evolución

Caminó en la noche de los tiempos. Fraccionado, herido,solo. Sobre dos piernas y a veces dos brazos que parecían estirarsele pero sólo le colgaban, desganados, pesados, excesivos. Supo de las marcas brutales de la selva. Sintió el poderoso desafío de la naturaleza. Creyó dominarla y se incorporó a los gritos. Tuvo que ser doblegado muchas veces para empezar a mutar. Acaso nunca se dejó domesticar por desconocimiento y costumbre. Muy poco a poco, el sol lo fue tomando y la misma lentitud le enseñó la astucia y la cautela. Mimetizó la forma de los brazos y las piernas para correr agilmente. Ahora desechaba su antigua enormidad. Incluso fue cambiando de color. Lo gris, azulado y negro se transformó en ocre, amarillento y dorado. No sabemos si pasó de las bananas a las uvas. Mucho menos si prefirió el cine o las fábulas. Andar en cuatro patas no lo hizo perder la dignidad. Siguió siendo carnívoro y sobrevivió a fuerza de instinto y algo de rapacidad que no disminuyeron su heredada mala fama de animal malvado y terrible. Tanto bebió en las aguas de los bosques y las selvas que el aire vivificador del mar, lo atrajo a sus orillas. Más profunda sintió su soledad, contemplando el horizonte que lo arrullaba. Más corrió y corrió por la arena humedecida, aturdiéndose de asombro y libertad. El cansancio distrajo su tristeza y la añoranza de la ternura empezó a modificarlo. Volvió a agrisarse pero esta vez con tonos verdes y rosados. Las extremidades se le encogieron y las orejas se le aplastaron en la cabeza, que también se deshizo del hermoso pelaje como el resto del cuerpo. Dejó de aullar y gruñir y quizás aprendió a cantar. Tampoco sabemos si perdió las agallas o si el incruento mar determinó el fin de su solitaria acritud. Nadó entonces para buscar su compañera, su manada, su refugio de algas y corales y soles verticales filtrados por la espuma y la sal. De nuevo mutó y esta vez quiso cuatro piernas y cuatro brazos. Dos cabezas no le bastaron para dejar de sentir la emoción de estar vivo. Quizás porque dos corazones latían al unísono y dos lenguas degustaban cada fragmento de aire, de alimento, de piel. Ya el océano no fue su hábitat pero inventó otra forma de comunicación para evitar sentirse desahuciado, desterrado, extranjero. Complejizó la estructura de la mente y así construyó objetos que no superaban su capacidad de duda y quizás progreso. Hasta que un día, inevitablemente, se fraccionó porque añoraba su antigua independencia. Volvió a posarse en cuatro patas pero ahora había perdido la posibilidad de caminar. De uno se hizo dos y en los días y en las noches de los tiempos, sus desesperadas utilidades las fueron puliendo hasta ser eternas, atrabiliarias quizás, contemplativas y contempladas tal vez. Se domesticaron y se tornaron rutinarias, prácticamente hasta la invisibilidad. De tanto pasar desapercibidas, fueron ahora inconmovibles, contundentes, presenciales hasta el detalle y el hábito y la muchedumbre. Se dijeron que regresar a la enormidad las volverían codicioso y despótico. Permanecieron faltas de naturaleza y evitaron adquirir brazos por humildad, pereza, desánimo. Otros lo hicieron por ellas pero esa es otra historia. Cada cual en su mutismo, en su silencio, en su pasividad que sin duda no las protegerían de las marcas y los golpes y las caídas pero ya, insensiblemente, lo ignorarían y así la siguiente mutación sería asunto de otros pensares y sentires.