jueves, 26 de septiembre de 2013

Cuento sin cuento

   Puesto a descifrar misterios, el crítico de arte, Lorenzo Quinquitelo, es metódico, obstinado y detallista.
   Por obra y gracia de un concienzudo estudio sobre los girasoles de Van Gogh, le fue dado viajar por los más diversos museos del mundo. Afirma en dicha obra que el renombrado pintor supo encontrar el éxtasis de la gloria en la exaltada sublimación de la belleza depositada en los girasoles. No sin cierta tristeza, nos dice Quinquitelo, cuanto le debemos a la devoción y a la locura del desdichado holandés. El bagaje crítico de la obra o el caprichoso azar quiso que alguna autoridad le otorgara una beca y así pudo recorrer ciudades y continentes antes sólo vislumbrados. Recorrió una innumerable cantidad de museos. Todas estas andanzas le sirvieron para esgrimir una particular visión sobre la afamada pintura de Leonardo Da Vinci, La Gioconda. Trabajó con ahínco en un ensayo acerca de dicho óleo. La teoría de Lorenzo se funda en el carácter místico que impregna la leyenda de la modelo Lisa Gherardini. Esa leyenda se refleja en la sutil sonrisa que el genio de Leonardo le imprimió a su creación. Es, en apariencia, un nimio gesto que recorre con fina gracia o ironía los siglos sin descanso.
   Acaso las arduas investigaciones del crítico lo llevaron por carriles insospechados. Sumando a lo pictórico su gusto y afán literario nos habla de la a menudo sangrienta aristocracia de la época. Para remarcar esa característica del siglo XVI, se apoya en un cuento del siglo XIX y en dos novelas del siglo XX. Los temas centrales de su ensayo que lleva por título "Los muertos no temen", también son tres, a saber, el terror, el poder y el amor. Para el primero toma el cuento de Edgar Allan Poe, "Los crímenes de la calle Morgue". Esta creación del eximio y atormentado escritor norteamericano, nos dice, demuestra las honduras indescifrables del terror. Ese halo sobrenatural de lo despótico y abyecto le parece una característica de todos los tiempos. El gorila del cuento vale como imagen de la desmesura irracional que es el fondo de todo crimen. Los móviles de las aberraciones y los asesinatos pueden contarse a través de lo absurdo pero no explicarse ni ser justificados mediante retóricas claras y tranquilas.
   De ahí pasa a la novela del siglo XX, "Mono y esencia" de Aldous Huxley. Tampoco las intrincadas maquinarias del poder sirven de excusa a la hora de otorgar el debido valor que toda vida humana contiene. No hay ambición económica o ideológica que sostenga el desprecio hacia la tolerancia. En la apasionada lucha de la novela lo que vence es el amor pero esta victoria no se da sin paradoja pues los amantes terminan comiendo sobre la tumba del narrador de este guión cinematográfico que da título a la novela del escritor inglés.
   Para adentrarse más en el núcleo de su ensayo sobre La Gioconda, nos orienta hacia la atmósfera creada por Mujica Lainez en "Bomarzo". La oscura biografía del conde Orsini está en las antípodas de la visionaria genialidad de Da Vinci. Pero el rasgo que a Quinquitelo le interesa destacar apunta hacia la creación que se compromete con la humildad, la belleza y la vida. Lo fastuoso y grandilocuente, nos dice, nunca está exento de secretos horrores. El crítico imagina un encuentro histórico que le sirve como elaboración de la propia mirada. Supone la incongruencia de dicho encuentro. Acaso la envidia del extravagante Orsini y la vulnerabilidad de Da Vinci y Gherardini. A Quinquitelo el espanto le da relieve y lo reconcilia con su condición de crítico. Acepta su fracaso como escritor con naturalidad y buen humor. Los huesos de Lisa Gherardini, argumenta, son ese esqueleto que el niño Orsini vio cuando lo encerró el padre. Este hecho, magistralmente narrado por Mujica Lainez y tomado a vuelo de pájaro y vuelto caricatura por Lorenzo Quinquitelo no menudea ni esconde el posible horror que puede acarrear no sabernos a tiempo. Ni genio ni despótico, con mediocre y risueña pluma, se pregunta no sin peligro, si acaso es posible que alguna vez la belleza y la gracia y la piedad, sean atributos del tremendo poder.
   Después de morir aplastado, aparentemente por una de las esculturas del Sacro Bosque de los Mounstros, el ensayo del querido Lorenzo Quinquitelo vio definitivamente la luz hace unos pocos meses. Hay quienes dicen que literalmente muerto de risa, bebe ahora exquisitos licores junto a Leonardo y Lisa. Malician otros que tan sólo le aconsejan que se cuide, porque son de opinar que la mediocridad es un atributo eterno. Parece ser que el arrojo del crítico, demostrado en su obra póstuma, lo ha depositado en el limbo de los suicidas, por kamikaze opinan que dijo la sentencia. Esta triste circunstancia lo ha llevado a un infinito pleito con su ahora amigo Van Gogh. Se debaten sin retorno ni cansancio, porque una de las formas del purgatorio es el tedio, sobre la naturaleza del fracaso.
   - Te fuiste de mambo- le dice Vincent.
   - Mirá quien habla- le contesta Lorenzo.
   Una audaz asociaciónn de los terrenos celestiales, está pugnando para la derogaciòn inmediata de ese incruento limbo.
   A todo esto, de la búsqueda de los huesos de la modelo, ni noticias. No faltan quienes aventuran la hipótesis de la falsa muerte del crítico. Aducen que es incorregiblemente megalomano o tal vez, una astuta invención del mercado. Lo cierto es que el ensayo, "Los muertos no temen", se vende como pan caliente. El rédito económico, denuncia la editorial, se lo llevó un narrador desconocido. Una gran oscuridad ronda esta versión de los hechos. Informa un apartado en un pequeño diario del conurbano bonaerense que dicho escritor además de estafador es necrófilo. No es literato ni arqueólogo ni antropologo pero se inmiscuyó arteramente en la búsqueda de los huesos de Lisa Gherardini. Después tomó la identidad del pobre Lorenzo Quinquitelo y finalmente se fugó con su enfermamente adorada Popotitos. Así es como la denomina dicho diario. De nuestra parte ya poco nos queda por decir. El presente nos resulta una condición irreal. Nos amparamos en la historia para que nuestras voces no sean aniquiladas o ridiculizadas. Todos ya se han esfumado en lo endeble de este cuento sin cuento. Con furia y despecho, alguien manda forjar figuras de piedra en la inmensidad de la noche. Jamás sabrá que está descontento de si mismo y desde un pálido sudor la tinta va cubriendo la extraña superficie de un libro ilegible.  

basado en  "Chac tu chac",  Los piojos.