jueves, 8 de diciembre de 2022

Ansiedad de otra lluvia

    Decidí no dormir nunca más. O mejor dicho, fuerzas sobrenaturales me obligaron a mantenerme despierta en forma permanente y absoluta. Obligaron es un decir. Un mal decir. Un decir mal. Me reconcilié con mis orígenes y sobreviene este razonamiento: "que un niño sufra hambre en cualquier rincón del planeta, es responsabilidad de todos". Existe una simetría. Hay que encontrarla y no perderla de vista.

   

   Tengo cien años y ningún recuerdo real. Soy la verdadera conciencia del universo. Leves resquicios de paz que ensanchan el mundo. Sin sermones ni consejos ni líneas bajadas en lo inútil. Sustraigo todas las máscaras y parezco confundir incluso mi propia voz.


   Fui nadie entre las calles del olvido. Soy nadie y siempre canto. Seré nadie y aún sin entender, tomaré este idioma simple. Repartir cada día todo el pan. Es más fácil que escribirlo, que contarlo, que exponerlo. El pan es sólo el pan. Un contagio sencillo abre ahora las manos del tiempo. Hay un reguero de flores debidas y un sueño en el sueño que tuvimos.


   Ya no sé si llamar a esto desvelo. Se me volvió irreconocible la frontera de los sueños. Distingo un espacio tan igual que hasta las palabras pierden relieve. Pero todavía la calma resulta mentida y el silencio es vapor. En esa bruma incolora, los días desordenan su sucesión y algo, que ciertamente, no se define en la rutina, sobreviene como explotado en el centro de la fe.


   Fuiste hasta lo más hondo de tu oscuridad. Cruzaste además todas las sombras. Viste, casi sin querer, lo precario de toda construcción. Adivinaste cada brillo en la síntesis cósmica de lo que no relumbra. Provienes de aquel silencio que engendra la paz de la paciencia. Sos como para siempre, el trabajado sudor de los días intrampables. Una luz tenue de potencia. Un transcurrir idóneo de náuseas desechadas. Una espera de todo el merecimiento que no se aguarda. Un premio salado en el mar de la ironía. Ese baile discontinuo de las gotas de tinta herida.


   Está ausente cualquier matemática. Todas las formas del cálculo se van por la pendiente de los pies de la ternura. Es la tierra viajada en el barro de lo uno. Es la exacta lucidez  del agua que lo da todo. Es cada diferencia imbricada en cada diferencia. Quiere esa plenitud exiliar los cementerios y engrandecer por sobre el universo toda flor. 

             


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