lunes, 25 de enero de 2021

Insinuación

   Manan el sudor y la sangre desde un modesto ring de aquella ciudad provinciana. Miro ( no me animo a decir veo) desde abajo, las enormes piernas de los boxeadores. Es una pelea de exhibición en la gira promocional de un campeón reciente. Boxea que da gusto! Es un fenómeno! Es un crack! Abundan las expresiones de ese calibre. Le pusieron un muñeco para que se luzca. Dicen también. A tal punto sobresale el nombre del ídolo que ya no recuerdo el de su contrincante. Imagino o rememoro la alegría y el entusiasmo de mi padre. Estamos en las primeras filas y la impresión en los ojos del niño que soy, no va a borrarse más nunca. Vendrán más golpes, también más directos pero no insuperables. Desde lo nimio hasta lo inmenso, quizás el equilibrio es un estar ahí, un permanecer en cada detalle de la estructura. Tampoco sé decir cómo se definió la pelea. Si por puntos o ko. Es probable que Ismael Benévolo Frisán  haya demostrado con creces la obtención del cinturón dorado. A mí el evento me hizo acreedor de un mote que ostento todavía. Me apodan Quedito porque hablo bajo y el porcentaje de mi timidez adquirió volúmenes hiper inflacionarios. A veces soy callado hasta la náusea y todo esto que intento contar, lógicamente tiene tono de susurro. Distinta es la magnitud de mi asombro en esa noche de flashes, altoparlantes y multitudes. El griterío acentúa mi repliegue interior. Me refugio en la cercana espalda de mi papá y acepto casi a regañadientes las palmadas en la cabeza de los que grande está el negrito, igualito al papi y qué peleón tenemos hoy. Así las voces se vuelven gruesas, en cierta forma distantes como truenos en un oscuro cielo que amenaza lluvia. Pero lo peor no son esos sonidos, sino los que surgen inmediatamente después. La arenga rumorosa baja desde las tribunas y rebota en las chapas del tinglado escuar garden. No se ven las estrellas por ningún lado, ni la luna y mucho menos algún park que titile en la dimensión amedrentada de mi memoria. La única estrella lleva por nombre Ismael y es un robusto gigante en los ojos de mi infancia. Si a todo chancho le llega su San Martín, el mío fue precoz y me dejó el barro acuoso de los ídolos aunque transitaran su esplendor y no su ocaso. Porque no hay triunfo deportivo que me haga olvidar el sudor y sobre todo la sangre brotando de estas dos humanidades, batallando encarnizados por la dudosa gloria de un brazo levantado casi como ajeno. Ensordecido veo desde abajo y descubro como una inesperada trompada que no es la tele con los soldados en "Combate". No estoy espiando helicópteros ni tiros ni héroes cuerpo a tierra. No están ya mis muñequitos ni mi selva en el piso debajo de la mesa. Ahora soy Quedito, implorando la paz en los brazos de mi abuela. Se terminaron los ruidos de guerra en la boca de un niño que soñaba epopeyas al calor de unos absurdos rayos catódicos. Pero también sabré con los años que Frisán es un luchador sustentado de sabiduría. Reflexivo, cauto y lúcido, va más allá de las medallas, los galardones y las luces artificiales de la egolatría, la soberbia y la estupidez. Se sabe inferior al embate indestructible del tiempo. Deplora la ostentación y el éxito no es motivo suficiente para perder la modestia. Si hay deslices, excepciones o requiebros, no seré yo quien los indague pues me dicen Quedito y me asoma la vergüenza. Me pregunto qué habrá sido del otro boxeador cuyo nombre ignoro. Habrá pasado también por las grandes ligas a fuer de su vapuleada condición de paquete? Ganancioso o derrotado. Desconocido o famoso. Escarnecido o aplaudido. Llevado en andas o cabizbajo en su rincón. Contra el destino, nadie la talla. Así dice el tango o estoy desbarrancando? Quedito dije y Quedito soy y a cantar los pajaritos. De todos modos nos engullirá el olvido y no hay camino sin conjugación en este valle de ìes y de lágrimas que a veces ríen ambiguas hasta la síntesis feliz de una mirada.

   Recuerdo a Accavallo diciendo," cuando suena el gong, no te dejan ni el banquito". Y también a Bradbury diciendo o habiéndolo debido decir, "no preguntes por quién doblan las campanas. Están doblando por ti". Quizás ese despojo, esa soledad y esa consecuencia asumida, estén diciéndome que hablar quedo, no es permanecer callado.





0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio