Recreación
Escuchó pasos en el pasillo. Los desechó por creerlos inexistentes. Producto de la mente cansada y el cuerpo casi inactivo. ¿Qué podrían ya robarle si no tenía casi nada? Pero a la vez, ¿cómo sabrían los ladrones lo que encontrarían? Se sumergió en un abismo de paranoia y previsión.
En este país donde la honestidad es sinónimo de indigencia, donde ser capo es quedarse con la bolsa y la vida, como los nazis.
Buscó todos los matices como una forma agradable de seguir vivo. Fue quedándose en los rincones apocados que las realidades exigían. Soñar sin la inconsciencia, en algún punto, podría ser habitual. Sin separar la paja del trigo, ni siquiera hay soja.
Nadie lo asaltaría con una violencia explícita hoy. Eso ocurría en otros tiempos y según parece las aguas estaban claramente demarcadas. Aunque se vivía en alerta porque nunca se sabe y la llamada realidad siempre nos excede con sus milagros y desgracias. Sin embargo, los ajustes de cuenta siempre convergen hacia abajo. Llega la factura de la luz y Anónimo insulta sin sonido como de costumbre. Vuelve a pagarla con sangre, sudor y lágrimas. No es una metáfora. Y los niños mantienen a sus padres desde que el mundo es mundo. No está desvariando. Parece un delirio pero no lo es. La condición de anonimato no es nociva por sí misma, sino por todo lo que la contiene y la constituye: los fracasos casi absolutos, las humillaciones sucesivas, los desprecios sutiles, los rechazos también razonables, los maltratos a menudo innecesarios y así, como una extensa y abrumadora lista de hechos apoderándose sin piedad ni contemplaciones, de la mediación y la apertura de las palabras. La democracia sólo es una dictadura menos un día cada dos años.
Es un atardecer quizás de invierno y la ciudad es un pueblo, incluso una aldea, sobre todo desde los ojos de sus habitantes. Dos de ellos, ahora, dirimen el futuro de sus propias vidas. Son poco más que adolescentes casi adultos y ella le pregunta a él si está realmente convencido, si está seguro de estudiar la carrera universitaria que eligió. El le responde que sí.
Recordar es un arrobamiento que vuelve a pasar por el corazón y pareciera que, una vez escrito esto, toda elevación poética se perdiera en un mar de nubes.
El sepelio de Anónimo duró una tarde entera. Suficiente para la cantidad de deudos que lo despidieron de cuerpo presente. Muchos objetaron su asistencia diciendo sentir que una gran parte de ellos mismos había partido con él. Excusa o no, lo cierto es que la ceremonia duró menos de lo habitual y en apariencia, nadie se resintió por eso.
Ahora sí soy como un emperador egipcio. El día que me velaron supe que la opresión del silencio puede no ser intransferible. Los vivos también filtran la muerte. No hubo maquillaje, ni afeite ni pulcritud que me sustrajera de la solemnidad. En ese primer paso hacia la gloria, entendí la fuerza del olor a mortadela. Enchastre plausible que equilibra nostalgias. Aire supurado, saturado y removido por la abundancia risueña pero fría del generoso perfume de las flores. Esa congelada inspiración de dulzura no tiene ya sesgos para mí. Lo raro de esta postura es que quiero contar una inquietud y un apremio que ya no siento. Poderosa distancia que me otorga la sonrisa subterránea y sobradora hacia todos los esforzados chistes de los ingeniosos asistentes a mi último convite. Cuando cierren el cajón, cuando me trasladen al cementerio, cuando la última lágrima haya sido derramada, podré entonces empezar a decir el paraíso, el purgatorio o el infierno. De momento y por ahora, los ruidos del entorno todavía participan de mi aliento sin aliento. Lo pútrido que a mi carne aguarda no es ya motivo de cavilación alguna. Tampoco estoy dejando testimonio. No puedo hacerlo en esta posición de brazos apresados. Lo que en vida dejé, habrá de ser, una suerte de búsqueda para todos. Mi nombre obedece a la imposición del destino y todo lo que se transmita de aquí en más, distorsionado o no, filtrado o no, verdadero o leyenda, será, acaso, una forma ambigua por presuntuosa, de representar la humildad. Sospecho que los escasos sobrevivientes del último apocalipsis, podrán rehacer, a su abrumado modo y con el paso de los siglos venideros, un otro mundo que ya quizás ni esa denominación tenga.
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