Objetividad
Vetusto está distraído. Fue pisapapeles, goma de borrar, pata de silla y hasta reja de ventana.
Piensa en cosificaciones y a veces intenta llevarlas a cabo. No puede hacerlo en su actual condición de hoja de plástico. De un color verde, brillante, intocada de rocío. Apariencia natural que la tierra no recubre, porque vive suspendida, colgando en el marco de una puerta. El viento apenas la mece y la indiferencia es su hábitat frecuente. Adorno vano que nadie nota. Invencible a los otoños, también el paso del tiempo la va cuajando, resquebrajando, a pesar de su elasticidad. Así se fueron cientos de años y Vetusto devino en picaporte. La manoseada prestancia de su estampa, sirve de vaivén y apertura de los vientos. Orgullo horizontal de ser uno y dos a la vez, nada lo retrae ni mucho menos lo inmuta el vasto conocimiento de los tactos. La dura fisonomía proyecta todavía una leve sombra en la puerta. No voy a extenderme en decir la cantidad de años que le duró esta entidad. Tantas cosas percibió, sintió y vio pasar que no cabrían en esta breve descripción de sus formas mutantes. Mejor contar que después fue correa de perro. De manipulación en manipulación, su fragilidad es inerme sólo en apariencia. Habitar cada día y a la misma hora, el cuello de un animal, es un destino como cualquier otro. Sacado, traído, colgado y descolgado, arrastrado por el suelo o por el fluir de su posición intermedia, en sus colores casi alegres, no hay sino una silenciosa forma de estar en el mundo. Sólo el tintinear de su terminación se hace oír cuando es paseado y llevado a sujetar las ansias de libertad ajenas.
También fue jaula de canario. Escuchó extasiado el canto de las mañanas y los sonidos de la noche le quitaron todo herrumbre. El trapo que supo cubrirlo de las lluvias en el patio, impidió el óxido de las tardes grises. De contextura y hechura casi redonda, se sintió una extensión de su pasado de reja. El único pie sostenía la esbelta figura y lo inmutable de su materia era ahora arrogancia de estar parado frente al mundo. Inevitable fue el desplome que lo convirtió en un mouse. Reducción por ansias de movimiento, la irónica rueda sólo se deslizaba por intervención de otros. ¿Cuántas veces caviló Vetusto los gritos ya sin sentido que le prodigaban? "Manejate, chabon", "Fijáte, loco", "Avivate, hermano". Y así hasta el infinito. Plástico casi endeble de su cableado y corto transitar sobre cartones y papeles que remitieron su memoria hacia la existencia primera. Sobrevino su mutar en trapo de piso. Usado ahora para trasladar suciedades, se supo escurrido, mojado y retorcido hasta la extenuación y el desgaste. En hilachas fue menguando su razón de ser. Estropicios del recuerdo en universos desdichados. Útil en reconstrucciones aliadas de las tachaduras, terminó en la obviedad final de ser un lápiz. Destino último que quiso conformarlo, sin nostalgia ya, de alturas ni contexturas, soportadoras de pesos ciegos y abruptos y desconsiderados. Mimetizarse desde el suelo , enroscándose a una silla, le dio una dignidad ambivalente por diseminada y fragmentada. Siempre manipulado en su ontología más profunda, se dijo un eterno aburrimiento. Perdurabilidad de su malicia distante, podría contar otras crueldades, si acaso tuviera una voluntad propia y algún designio consciente. Apenas es movido por otros seres que a veces le dan lástima porque le ratifican la fugacidad del tiempo. Poco a poco, también irá diluyéndose su paso por este mundo y Vetusto no lo lamenta. Sigue con la atención difusa y para nada le preocupa que los milenios se le vengan encima. Auxiliar poco sutil de externos desconciertos, solamente se deja estar y no hay ya, ninguna inquietud que introduzca zozobra a cualquier cambio que le sobrevenga. Así pasa los días sin pena ni gloria ni sensibilidad que lo descoloque en su achique lerdo y paulatino. Hasta ser cenizas supondrán algunos o leves hebras medio imperceptibles de un viento impiadoso y helado, conjeturaran otros. No imagina él, su diminuta y final hechura de madera desgastada que acaso sea triturada y vuelva a modificarse en vaya uno a saber qué carnadura. En este su estado inmutable por desconocimiento, es probable que se sepa invencible por motivos deslindados de todo propio accionar. Probable, más no demostrable ni susceptible de ser confesado.
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