Vanidad
Las horas viajan sin rumbo. El mar dispara bocas de fuego. Toda la inocencia brilla demasiado.
Ella està dormida y camina por la casa. Va hasta la heladera. La abre y le habla, sorprendida, a toda la inmensidad. Afuera, la noche es desmedidamente calma y anuncia tormenta. Aunque sonàmbula, busca el exacto lugar de la distenciòn. Los pies pequeños y rosados la transportan, leve y acaso aèreamente, hacia el rojo fuentòn de un baño pequeño. Asì vestida y anhelante, abre el grifo y sentada sobre el suelo, abraza las piernas en el redondel de las rodillas y rìe, jubilosamente rìe, mientras el agua brota cosquilleante sobre la cabeza.
Es feriado y no hay tràfico en la ruta. La radio es un clamor en transiciòn. Una angustia opresiva y milenaria se le atasca en la garganta. Pero todo lo sabrà despuès, cuando lea con los años que el abandono y la desolaciòn estan infinitamente marcados por cosas supuestamente ùtiles. Ahora se terminan tantos oscuros años de horror y en el aire vibra un genuino sentimiento de alivio y alegrìa. Corren los años ochenta y la llanura parece màs nìtida bajo el sol. En el reflexivo silencio del viaje, èl sueña que es un hèroe y rescata a la doncella. Vuelve lentamente a lo que parece realidad, cuando se ponen a jugar todos al veo veo. Llegan a destino y una mesa redonda ocupa casi todo el espacio de la cocina. Esa es la base de los perfectos ñoquis caseros de la abuela. Por debajo y oscuramente, ellos se tiran de los pelos, infantilmente encarnizados, hasta que la vigilada indiferencia los devuelve hacia el almuerzo.
El camina dormido y el verano cae a plomo sobre todos los obstàculos de la calle. Una ceguera vertical puebla de sombras los instantes. Gritos monocordes y casi imperceptibles, demuestran la rota sinfonìa. Ver no es lo mismo que mirar. Oìr es apenas sinònimo de escuchar. De a ratos no hay luz ni agua pero èl casi ni lo nota porque vive en una caja. Le preocupa la lluvia dada la fragilidad de las paredes de cartòn. Es cuando en un leve intervalo de sol, dos niños se acercan y le ofrecen ese extraño objeto.
- No se leer- se asombra, frente a las manos extendidas de la niña y tomando a medias el libro.
-Es para vos- responde ella, suavemente. Despuès, mirando al niño, le dice.
-No lo quiere, ¿què hacemos?
-No se me antologìa nada- responde el interpelado y sonrìe.
-No dije que no lo querìa- advierte el hombre de la caja.
-Bueno, dale, agarralo- decide ella y lo mira, frontal.
-¿Por què vivìs en una caja?- aventura ahora la curiosidad del niño.
-Por pereza- responde y se recuesta contra la pared.
Los niños se quedan vièndolo. Luego se interrogan uno al otro sin palabras y ya tomados de la mano, amablemente se despiden del agasajado. El agradece casi en un susurro y hojea despacio el pequeño libro entre las manos. No lo entristece que la lluvia se derrame inexplicable y raudamente. Cae sobre el regalo y las pàginas humedecidas van volvièndose, en un remoto crujir, sendas y coloridas flores. Con ellas irà hasta la casa de aquella mujer que màs de una vez le dijera:
-Todo viaje es perfecto.
A modo de compañìa y aliento, lleva en sì mismo, el sonido de una voz amada. Quisiera llegar en seguida, sin preàmbulos ni contratiempos. Acaso la misma desesperada ansiedad provoca el equivocarse de camino. Va casi adhirièndose a lo que encuentra en un trayecto que dura màs que lo imaginado y que pervive menos que las ansias. Piensa entonces pero querrìa sentirlo, que el amor es todo presente y que las cavilaciones pueden resultar tan vanas como las esperas. Ve la hondura de un crepùsculo en el fondo del mar y casi como un acto reflejo, se queda ensimismado en la indeterminaciòn. Asì es como descubre que sabìa leer antes de aprenderlo y asì es como sucede el encuentro inesperado con la tortuga ciega, que le dice, enigmàtica quizàs:
-Todo destino es un naufragio. Dejate llevar que yo conozco.
Le entrega las flores, solemnemente; y al lado de ella encuentra la anhelada distenciòn de un viaje en armonìa.
-Veo veo
-¿Què ves?
-Una cosa
-¿Què cosa?
-Maravillosa
-¿De què color?
-Verde
-El blog de un canchero
-Cierto pero no
-La lechuga de Raquel
-¿Què Raquel?
-La tortuga que està atràs tuyo
-¿Què Lechuga, Roa?
-Pavote
-No hay naufragio
-Tus mocos
-Asquerosa
-Adivinè.
Ella està dormida y camina por la casa. Va hasta la heladera. La abre y le habla, sorprendida, a toda la inmensidad. Afuera, la noche es desmedidamente calma y anuncia tormenta. Aunque sonàmbula, busca el exacto lugar de la distenciòn. Los pies pequeños y rosados la transportan, leve y acaso aèreamente, hacia el rojo fuentòn de un baño pequeño. Asì vestida y anhelante, abre el grifo y sentada sobre el suelo, abraza las piernas en el redondel de las rodillas y rìe, jubilosamente rìe, mientras el agua brota cosquilleante sobre la cabeza.
Es feriado y no hay tràfico en la ruta. La radio es un clamor en transiciòn. Una angustia opresiva y milenaria se le atasca en la garganta. Pero todo lo sabrà despuès, cuando lea con los años que el abandono y la desolaciòn estan infinitamente marcados por cosas supuestamente ùtiles. Ahora se terminan tantos oscuros años de horror y en el aire vibra un genuino sentimiento de alivio y alegrìa. Corren los años ochenta y la llanura parece màs nìtida bajo el sol. En el reflexivo silencio del viaje, èl sueña que es un hèroe y rescata a la doncella. Vuelve lentamente a lo que parece realidad, cuando se ponen a jugar todos al veo veo. Llegan a destino y una mesa redonda ocupa casi todo el espacio de la cocina. Esa es la base de los perfectos ñoquis caseros de la abuela. Por debajo y oscuramente, ellos se tiran de los pelos, infantilmente encarnizados, hasta que la vigilada indiferencia los devuelve hacia el almuerzo.
El camina dormido y el verano cae a plomo sobre todos los obstàculos de la calle. Una ceguera vertical puebla de sombras los instantes. Gritos monocordes y casi imperceptibles, demuestran la rota sinfonìa. Ver no es lo mismo que mirar. Oìr es apenas sinònimo de escuchar. De a ratos no hay luz ni agua pero èl casi ni lo nota porque vive en una caja. Le preocupa la lluvia dada la fragilidad de las paredes de cartòn. Es cuando en un leve intervalo de sol, dos niños se acercan y le ofrecen ese extraño objeto.
- No se leer- se asombra, frente a las manos extendidas de la niña y tomando a medias el libro.
-Es para vos- responde ella, suavemente. Despuès, mirando al niño, le dice.
-No lo quiere, ¿què hacemos?
-No se me antologìa nada- responde el interpelado y sonrìe.
-No dije que no lo querìa- advierte el hombre de la caja.
-Bueno, dale, agarralo- decide ella y lo mira, frontal.
-¿Por què vivìs en una caja?- aventura ahora la curiosidad del niño.
-Por pereza- responde y se recuesta contra la pared.
Los niños se quedan vièndolo. Luego se interrogan uno al otro sin palabras y ya tomados de la mano, amablemente se despiden del agasajado. El agradece casi en un susurro y hojea despacio el pequeño libro entre las manos. No lo entristece que la lluvia se derrame inexplicable y raudamente. Cae sobre el regalo y las pàginas humedecidas van volvièndose, en un remoto crujir, sendas y coloridas flores. Con ellas irà hasta la casa de aquella mujer que màs de una vez le dijera:
-Todo viaje es perfecto.
A modo de compañìa y aliento, lleva en sì mismo, el sonido de una voz amada. Quisiera llegar en seguida, sin preàmbulos ni contratiempos. Acaso la misma desesperada ansiedad provoca el equivocarse de camino. Va casi adhirièndose a lo que encuentra en un trayecto que dura màs que lo imaginado y que pervive menos que las ansias. Piensa entonces pero querrìa sentirlo, que el amor es todo presente y que las cavilaciones pueden resultar tan vanas como las esperas. Ve la hondura de un crepùsculo en el fondo del mar y casi como un acto reflejo, se queda ensimismado en la indeterminaciòn. Asì es como descubre que sabìa leer antes de aprenderlo y asì es como sucede el encuentro inesperado con la tortuga ciega, que le dice, enigmàtica quizàs:
-Todo destino es un naufragio. Dejate llevar que yo conozco.
Le entrega las flores, solemnemente; y al lado de ella encuentra la anhelada distenciòn de un viaje en armonìa.
-Veo veo
-¿Què ves?
-Una cosa
-¿Què cosa?
-Maravillosa
-¿De què color?
-Verde
-El blog de un canchero
-Cierto pero no
-La lechuga de Raquel
-¿Què Raquel?
-La tortuga que està atràs tuyo
-¿Què Lechuga, Roa?
-Pavote
-No hay naufragio
-Tus mocos
-Asquerosa
-Adivinè.
1 comentarios:
Hola, Pablo! ¿Cómo estás? Espero que bien! Debo admitir que me alegraste el fin de semana entero con tus nuevas letras, hoy! Realmente tienes talento, y me hace sentir súper felíz verte de nuevo por aquí! Te extrañaba mucho.
Escribí un poema en inglés, hoy, inspirado por cómo me sentía antes de leer tus lineas aquí.
Gracias, gracias, gracias!! Por alegrarme el fin de semana :D Te quiero hasta el infinito y más allá.
Todo lo mejor para tí. Que estés bien. Un abrazo grande!!
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